UniDiversidad. El blog de José R. Alonso. |
Posted: 18 Oct 2017 01:10 AM PDT
Dormir un número de horas suficiente es fundamental para un correcto funcionamiento cerebral. Durante el sueño nuestro cerebro consolida las memorias más importantes y hace su propio mantenimiento, elimina los productos tóxicos generados mientras estamos despiertos y limpia, entre otras cosas, el beta-amiloide, el material de las placas seniles, una de las características distintivas de la enfermedad de Alzheimer.
Un sueño reparador dura en torno a ocho horas y se divide en fase REM (rapid-eye movement, movimientos rápidos de los ojos), en la que el cerebro muestra tanta actividad como cuando su dueño está despierto, y sueño no-REM, un estado de sueño más profundo que predomina en la primera mitad de la noche. El sueño no-REM tiene una serie de fases y entre las funciones de este período está consolidar las memorias y adquirir y refinar nuestras habilidades motoras. El sueño REM interviene en nuestra capacidad para superar los sentimientos negativos, leer adecuadamente las emociones de otras personas y resolver problemas. El último siglo de urbanización, industrialización y progreso tecnológico ha sido un desastre para nuestros patrones de sueño. Un claro culpable es Thomas Edison: no tenía suficientes horas de día para todo lo que quería hacer, así que «fabricó» más. La bombilla eléctrica es el elemento clave de una nueva sociedad caracterizada por dormir menos de lo necesario. Y no solo es importante el número de horas de sueño sino que necesitamos un tiempo continuo, que nos permita entrar en el sueño no-REM, en el que se realizan esas actividades de mantenimiento. Si nuestro sueño se interrumpe, no tenemos tiempo suficiente para realizar las actividades restauradoras de la noche y podemos sufrir alteraciones en nuestros procesos cognitivos y emocionales. Un sueño discontinuo rebaja sensiblemente nuestro estado de ánimo. Dormir es la medida más eficaz para resetear y renovar la salud de nuestro cerebro y el resto de nuestro cuerpo cada día. Entre las cosas que la ciencia ha descubierto está que el efecto de la falta de sueño es inmediato. Un estudio en el que participó un grupo de jóvenes a los que solo se les permitía dormir cuatro horas mostró efectos medibles en su sistema inmunitario al día siguiente. Concretamente, los participantes sometidos a la deprivación de sueño presentaban una caída de un 70% en una población clave de células anticancerígenas, las NK o «natural killers». Además, los problemas de sueño contribuyen a la obesidad, la diabetes, el cáncer e incluso generan muertes prematuras. Las personas que tienen 45 años o más y que duermen menos de seis horas por noche tienen un porcentaje triple de sufrir un infarto o un ictus que aquellos que duermen lo suficiente. El sueño con sedantes no es la solución, sus efectos son similares a dormir mal, pero pueden tranquilizar a la persona afectada y ser el camino hacia una recuperación. El daño es también económico: se calcula que los problemas de sueño generan una caída superior al 2% del PIB nacional (2,28% en Estados Unidos). Conseguir dormir un número de horas suficiente debe ser una prioridad. La respuesta puede estar en nuestros horarios, nuestra habitación, nuestra agenda diaria o mil problemas más. Algunas veces hace falta un tratamiento médico, un ejemplo es tratar la apnea del sueño, un trastorno en el que las personas afectadas muestran interrupciones breves de la respiración mientras duermen, incluso varios cientos en la misma noche. Tratar los problemas del sueño, como la apnea, en personas de edad avanzada mejora de una forma significativa la función cognitiva en los pacientes de alzhéimer y retrasa el inicio de esta enfermedad en los que no la sufren en unos diez años. Por tanto parece interesante, en particular para los que dormimos poco, priorizar el sueño y apostar por una vida más larga y saludable. La cantidad de horas de sueño que necesitamos varía con la edad. Parece que los adolescentes a los que damos clase necesitan más horas y es raro que las duerman. Puede que parte de su malhumor, la dificultad para concentrarse, esa sensación de no aguantarse ni a sí mismos venga de una falta de sueño. Pero a veces también somos los profesores los que no dormimos lo suficiente, pues aunque los de fuera raramente lo ven, raro es el día en que la jornada termina sin llevarnos trabajo a casa. Diversos grupos de investigación están estudiando cómo ayudarnos a dormir más y mejor. David Rose y su grupo del Media Lab del MIT están investigando hamacas, aromas como la lavanda, mantas con pesos para inducir la sensación de estar envuelto y cuentos de hadas islandeses. Todo ello para intentar encontrar el ambiente nocturno perfecto. Hugo Mercier, un ingeniero informático de París, ha recaudado diez millones de dólares para estudiar una banda para la cabeza que induce el sueño. Otro aparato, diseñado por el australiano Ben Olsen, emite un sonido para mantenerte despierto la hora previa a irte a la cama. Parece que las interrupciones del sueño antes de dormir evitan la alteración del sueño cuando sí que toca. No es su primer invento, este emprendedor ha diseñado un par de gafas con luces incorporadas que están diseñadas para cambiar nuestro ritmo circadiano y solucionar problemas como el jet-lag. Aparentemente ha vendido 30.000 pares desde que las puso a la venta en 2012. Incluso algunas empresas como Nike and Google han prestado atención a los patrones de sueño de su plantilla. Han flexibilizado los horarios atendiendo a que hay gente madrugadora y trasnochadora (alondras y búhos los llaman en inglés) y han acondicionado zonas y mobiliario en las oficinas para poder dar una cabezada si hace falta. Algunas sugerencias prácticas:
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