Posted: 02 Feb 2018 06:31 AM PST
"El manicomio no es un espacio, es un criterio", dice Giorgio Antonucci. Un aula no es un espacio neutro ya construido, es lo que construyamos con nuestro criterio. Según como organicemos nuestro aula y cómo la hagamos vivir, provocaremos (elegiremos nosotros/as), el destino seguro de éxito o fracaso de un determinado tipo del alumnado.
Antes de trabajar en educación trabajé en una Granja Escuela (perdón, porque eso ya era trabajar verdaderamente en educación). Allí el profesorado se sorprendía muy agradablemente, de la gran motivación, participación y cambio de actitud de determinado tipo de alumnado, precisamente de aquellos que no soportaban el aula ordinaria (cuando el calificativo la define bien con la mala acepción del término "ordinaria").
En la Granja, eran los primeros en apuntarse a buscar leña, a encender el horno, a meter las manos en la masa de pan, a ordeñar las vacas, a montar en los caballos, participar en los teatrillos de por las noches y cantar… Había otros niños y otras niñas que nos preocupaban, se sentían inseguros para ir a recoger leña, les daba asco la masa, repelús ordeñar, miedo el fuego, terror montar a caballo y vergüenza ser el centro de atención en el escenario, o fusionándose en las canciones…
Según el espacio, los tiempos y las actividades que yo monte (yo o la edi(c)torial) en mi aula, estoy decidiendo (eligiendo), no sólo quién va a aprobar y quién va a suspender, sino también, de quién voy a hablar con preocupación a su familia y al o la orientadora del Centro. Y quién cabe en mi aula y quién inevitablemente necesita (¿es él, ella, o soy yo quién lo necesita?), ser segregado… No por él o ella, sino por las situaciones de aprendizaje que le proponga. No es él o ella, es mi criterio.
Ya es conocida por todos que la inteligencia no es una, sino múltiple; ya sabemos de la importancia de la alegría y de la emoción, de ho hacer perder la curiosidad, conocemos (unas y unos pocos) todo lo que nos repiten una y otra vez las universidades sobre sus investigaciones que van confirmando continuamente lo que concuerda con nuestro sentido común. Y sin embargo en demasiadas ocasiones, en demasiados sitios, los frenos a los cambios necesarios no son densmantelados ni cuestionados. No es que el profesorado no haga caso a lo que nos confirma la neuro-educación, sino que, ni siquiera se les ofrece ni tienen acceso a dicha información, salvo a veces a través de la formación continua, que en la mayoría de los casos no es lo suficiente ni valientemente disruptiva, y no provoca, junto con la inspección (¿una inspección disruptiva?), la transformación, el necesario cambio real de paradigma, quedándonos sólo en el cambio de las palabras como ocurre con "Educación Inclusiva" cuyo significado pasa a ser inmediatamente simbólico y universal, como necesario marketing de modernidad, pero sin el peso real para seguirse haciendo casi exáctamente lo mismo que se venía haciendo. He oído hablar de campamentos y locales para tales tipos de niñas y niños, aulas específicas y hasta de centros de educación especial… inclusivos (¡?).
En la formación para transformar los Centros Educativos en Comunidades de Aprendizaje, decimos que en España, en sanidad tenemos derecho a una sanidad gratuita, universal, actualizada a los últimos descubrimientos científicos, de la máxima calidad y en los mismos hospitales (al menos de momento según los políticos que elijamos); sin embargo en educación, sí tenemos derecho a la educación gratuita para todas y todos, pero no a una educación actualizada de la máxima calidad, ni en las mismas para todas y todos. Es aquella locura que supondría seguir operando los ojos con bisturí en vez de con láser, porque fue como me enseñaron a mí.
Es la incoherencia de la argumentación de que es mejor no andar cambiando las cosas, no vaya a ser que la sociedad cambie, que ya sabemos que la sociedad está muy mal como está. Claro que no es incoherente para un sector minoritario, al que nos animan a todos a pertenecer alguna vez, dándonos esperanzas para ello como si de una zanahoria se tratase, aunque sea a través de la lotería. No necesitas cambiar nada en lo social, sino tener éxito en lo personal, como si las probabilidades de ese éxito no tuvieran relación con el entorno social del que se parte.
Con nuestro criterio, con la arquitectura emocional, espacial, organizativa y de actividades que decidamos seguir en nuestras aulas, elegimos no sólo quién va a aprobar, sino quién va a ser el normal, que seguramente se parecerá bastante a como yo sea. Es algo realmente un poco loco… con un puntito de injusticia (según dicen los tribunales que obligan a la administración a no segregar), con un puntito de injusticia, decía, el sufrimiento que provoca siempre al mismo sector de la población.
Cuántas veces he querido y a veces conseguido, volver a sentir la alegría de trabajar en aquella Granja Escuela, asesorando para los cambios en los patios, fomentando escuelas públicas con talleres, huertos escolares para el seguimiento de cultivos y hasta con gallinas… Lo peor era la sensación, de que tenía que tener huev*...valor para eso, para ofrecer orientaciones tan poco habituales y tan sin reconocida importancia.
Recuerdo que mis inicios en psicología, eran aquellos años en los que leía, leíamos (eran tiempos donde la participación social no estaba desactivada) de ANTIPSIQUIATRÍA, aquella que llegaba de Italia; ahora pienso que hay que leer a Francesco Tonucci que también es italiano y de todos, y practicar, todo lo que sea necesario, la ANTIEDUCACIÓN.
Actualmente, psicólogo y psicoterapeuta.
Ha trabajado como orientador educativo.
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