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Muchos padres lo afirman con vehemencia: cuando su hijo toma refrescos azucarados y come muchas chucherías, entra en una espiral de mal comportamiento y actividad desenfrenada que les deja a todos enfadados y exhaustos. Sin embargo, cuando aplicamos esa herramienta que llamamos ciencia esa impresión subjetiva no se confirma: no es verdad.
Un metaanálisis publicado en la revista JAMA analizó los efectos del azúcar sobre el comportamiento y la cognición en niños. Este artículo resumía los datos de 23 estudios en los que básicamente los niños recibían azúcar o un placebo, sin que ellos y sus padres por un lado ni los propios investigadores por otro, supieran qué es lo que habían tomado, el placebo o el azúcar, en lo que se denomina un estudio doble ciego. La principal conclusión era que no había evidencias de que el consumo de azúcar afectase al comportamiento de los niños, el azúcar no causa hiperactividad. Esa conclusión sigue siendo cierta cuando se analiza específicamente a niños afectados de trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH) o aquellos cuyos padres piensan que son especialmente sensibles al azúcar.
Otro estudio realizado por Ingram y Rapee y publicado en la revista Behaviour Change se centraba en los efectos del chocolate. El estudio se hizo en 26 niños de preescolar y se les daba chocolate o fruta seca (para controlar aspectos inespecíficos como la excitación por la participación en la propia prueba). Los niños eran observados y grabados mientras atendían a un cuento, justo antes o treinta minutos después de comer el chocolate o la fruta. Dos evaluadores que no sabían lo que había tomado cada niño codificaban su comportamiento en una serie de parámetros. La conclusión fue que no había cambios en el comportamiento después de ingerir el chocolate, rico en azúcar, o la fruta, que es rica en un monosacárido, la fructosa, frente a situaciones control.
Christian Jarrett piensa que el mito del azúcar y la hiperactividad subsiste porque los niños consumen una enorme cantidad de refrescos y dulces en las fiestas y cumpleaños, una situación donde están excitados sobremanera y que nos hace asociar ambos aspectos en ese error tan común de suponer que dos cosas que suceden al mismo tiempo están asociadas o una es causa de la otra.
Otro aspecto importante que puede explicar alguna confusión es con el plazo de los consumos. Parece que no hay evidencias de efectos en el corto plazo de la ingestión de azúcar pero sí los hay en el largo plazo. Un estudio encontró que cuánto más azúcar y grasas procesadas comían los niños a la edad de 4 años, más hiperactividad mostraban tres años después. Como en otros casos no es seguro que la comida basura , que es la que tiene ese perfil de alto contenido en grasas procesadas y azúcar, sea la causante pues es posible, por poner un ejemplo, que los padres que llevan a sus hijos con frecuencia a comer a esos locales de comida rápida tengan un modelo de crianza diferente que el de los padres que muestran mayor concienciación y compromiso con la alimentación de sus hijos.
El que el azúcar no causa hiperactividad en el corto plazo no quiere decir que sea una sustancia inocua. Robert Lustig, un endocrinólogo pediátrico de la Universidad de California San Francisco ha sido calificado como el «enemigo número 1 del azúcar». Él piensa que el azúcar es una droga, que activa nuestro sistema de recompensa, que termina generando tolerancia y que puede actuar como «droga de iniciación», es decir, inducirnos con el tiempo al consumo de sustancias más peligrosas porque hemos enseñado a nuestro cerebro a conseguir placer de una forma casi instantánea. Sin embargo, dos revisiones recientes han descartado considerar el consumo de azúcar como una adicción.
El azúcar es sacarosa, y está formada por una molécula de fructosa y una de glucosa. Cuando tomamos azúcar nuestro cuerpo la procesa de manera diferente. Si tomamos mucha glucosa acumulamos grasa en nuestro cuerpo, pero si tomamos mucha fructosa, acumulamos grasa en nuestro hígado y lo convertimos en lo que se llama un hígado graso. Es un problema que afecta a menudo a los alcohólicos y que se ha relacionado con el síndrome metabólico, un conjunto de síntomas que incluye resistencia a la insulina y un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular y diabetes. Lustig piensa que el azúcar no es solo peligroso por las calorías que aporta sino por esa relación con el síndrome metabólico y ha utilizado para el azúcar palabras como «veneno» y «maligno», aunque hay otros investigadores que son muy críticos con su forma de pensar y actuar. Él piensa que el azúcar es solo parte de un problema mucho más complejo en el cual las empresas occidentales están manipulando nuestro sistema cerebral de recompensa para que busquemos una gratificación inmediata frente a las satisfacciones en el largo plazo, esas cosas importantes que se consiguen con tiempo y esfuerzo. De esa pasión por la inmediatez y el placer directo nacería desde nuestra fascinación por los smartphones a la actual epidemia de adicción a opioides en los Estados Unidos.
El mundo está mirando al azúcar de forma distinta. Hay países como México o el Reino Unido que están poniendo impuestos al azúcar. Estados Unidos está cambiando sus etiquetas alimentarias para que sea más evidente qué productos llevan azúcares añadidos.
Por otro lado, la investigación está proporcionando recientemente otras evidencias importantes. La primera es bastante evidente: que la gente que come más azúcar tienen un mayor riesgo de obesidad y los que reducen su consumo, tienden a adelgazar. La explicación parece sencilla, la gente que come más azúcar, come más en general.
También se ha visto que la forma de consumir azúcar marca diferencias. Las bebidas azucaradas y muchos dulces proporcionan un chute de calorías sin que te sientas saciado. Es lo que se han llamado «calorías vacías» y están presentes en pasteles, helados, patatas fritas, galletas, etc. Comer una naranja con esas fibras que se quedan en el exprimidor nos hace sentir más saciado que un vaso de zumo de naranja y eso aunque el zumo pueda tener cuatro veces el número de calorías, simplemente porque está hecho con cuatro naranjas. También se ha encontrado una relación entre mayor consumo de azúcar y mayor prevalencia de cáncer. Se cree que el azúcar no es el culpable directo sino que la obesidad es un factor de riesgo para distintos tipos de cáncer (mama, colon, páncreas, riñón y próstata) y ya hemos visto que el consumo de azúcar va frecuentemente ligado al sobrepeso.
También se ha encontrado que los hombres que toman más azúcar tienen mayor riesgo de depresión, una asociación que no se ha encontrado para las mujeres. De nuevo no podemos establecer una relación causa-efecto y es posible simplemente que una persona con un trastorno del ánimo decida, por la razón que sea, tomar más dulces. Pero también es posible que realmente el azúcar cause depresión porque sabemos que interactúa con neurotransmisores como la dopamina, factores de crecimiento como el NGF, con los niveles de inflamación y con otros aspectos de la actividad cerebral, pero aún no conocemos bien los agentes causales de trastornos como la depresión o la ansiedad. La conclusión no es muy favorable para los productores de remolacha y caña: la cantidad diaria recomendada de consumo de azúcar es cero. Y eso aunque no cause hiperactividad.
Para leer más:
Ingram M, M. Rapee RM (2006) The Effect of Chocolate on the Behaviour of Preschool Children. Behaviour Change 23(1): 73-81.
Jarrett C (2015) Great myths of the brain. John Wiley & Sons, Chichester (Reino Unido).
Krummel DA, Seligson FH, Helen A. Guthrie HA, & Dr. Dian A. Gans DA (1996) Hyperactivity: Is candy causal? Critical Reviews in Food Science and Nutrition 36(1-2): 31-47.
Westwater ML, Fletcher PC, Ziauddeen H (2016) Sugar addiction: the state of the science. Eur J Nutr 55(Suppl 2): 55–69.
Wolraich ML, Wilson DB, White JW (1995) The effect of sugar on behavior or cognition in children. A meta-analysis. JAMA 274(20): 1617-1621.
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