Neurodomingo 2021.47
En este conmovedor dibujo de Rembrandt, un niño pequeño se inclina hacia adelante, su cabeza grande y su tronco de extremidades cortas entorpecen su equilibrio, no encuentra el punto que le permita avanzar un pie y dar su primer paso. Pero, apoyado en su abuela y su hermana mayor parece a punto de lograrlo. Mientras, su padre se agacha y extiende los brazos hacia él, animándole con cariño y su madre, cargada con un pesado cubo, interrumpe su ajetreo doméstico para mirarlo.
En la descripción del Museo Británico, donde se conserva este dibujo, no se mencionan estos parentescos que yo he imaginado porque no se me ocurre mejor forma de aprender a andar que arropado por tu familia.
Las obras de Rembrandt transmiten un profundo conocimiento de lo humano, en todos sus retratos parece captar con acierto el espíritu del personaje, sus famosos autorretratos trascienden su aspecto para mostrarnos sus sentimientos en cada momento de la vida.
Si sus retratos son obras maestras, un estudio detallado de personalidades, sus dibujos a tinta esbozan con pocos trazos todo un mundo de gestos espontáneos y cotidianos que parecen estar a la espera de quedar inmortalizados en obras al óleo o grabados. Son la infancia de su obra, como nuestros primeros pasos en el amor de la familia son el prólogo de nuestra adultez.
La infancia es, casi siempre, una etapa vital feliz donde se excavan los cimientos de nuestra madurez, y a cuyos recuerdos acudimos a refugiarnos de nuestro trajín adulto.
—crianza positiva—
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