Chema Madoz
Hace pocos días entregamos una colaboración en la que, una vez más, apelábamos al empoderamiento del profesorado, especialmente ante esta adversidad. Decíamos que ahora había quien hizo de la profilaxis el eje de su actuación, otros que reniegan de todo, los que siguen como si nada y aquellos que hacen lo mismo que antes con las modificaciones derivadas de los protocolos de prevención. Cuando en realidad, lo que se necesitan son profesionales conscientes de las consecuencias de la situación actual en la formación integral de los niños y niñas, capaces de adoptar las medidas que las contrarresten.
Apuntábamos diez ámbitos del currículo infantil que corren el riesgo de salir muy perjudicados por lo que es ahí donde deben incidir los maestros conscientes:
En lo afectivo, pues el individualismo y el aislamiento de este tiempo deben ser neutralizados con acciones que enseñen a querer bien.
En la autonomía, ahora que debido a los protocolos ya nada queda para la libertad de elección, hay que buscar maneras de que los pequeños ejerciten la autodeterminación.
En lo socializante, con la desaparición de lo común, de lo compartido y de aquellos ritos que dan sentido de pertenencia a una comunidad.
En la comunicación, debido al confinamiento y al dificultamiento producido por la mascarilla y la no proximidad de los interlocutores.
En lo sensorial, entre los obstáculos y las prohibiciones de contacto habrá que buscar alternativas no contagiosas que nos aporten información tanto del exterior como de nuestro interior.
En lo corporal, por el inmovilismo de las actividades que se proponen para evitar contacto lo que repercute en la corporalidad consciente e inconsciente.
En lo racional, con la apuesta por el directivismo y la merma de autonomía con la que se desarrollan las sesiones escolares para prevenir la transmisión.
En lo lúdico, por confundir los tiempos de juego con juguetes.
En lo imaginativo, pues se delegó esa capacidad humana en las pantallas.
En lo espiritual, faceta siempre relegada de los currículos por asimilarla a la religión, cuando ahora, más que nunca, hace falta adentrarnos en la conexión entre un mismo y el todo, en nuestra esencia y en lo inmaterial.
Debemos mentalizarnos de que no se trata de seguir haciendo lo mismo que antes sino, dirigir nuestras actuaciones a paliar lo que puede salir más dañado, buscando alternativas no contagiosas pero que recuperen aquella quimera de la formación integral y desarrollo armónico de los pequeños.
Así son las maestras y maestros conscientes: los que perciben los cambios y actúan consecuentemente con inmediatez.
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