Soy de las personas que durante el confinamiento no salió a los balcones a aplaudir a los trabajadores de la sanidad. No porque pensara que no estaban haciendo un buen trabajo, sino porque no lo consideré una heroicidad y porque creía que era un agravio comparativo con otras muchas profesiones que también estuvieron ahí facilitándonos la vida a todos los demás. De igual modo, ahora en estos días previos al inicio de curso, me desagrada que me pregunten cómo vamos a hacer, como si ir a la escuela fuera un ir al frente. No señores, los maestros y las maestras tampoco seremos héroes ni heroínas. Somos trabajadores y trabajadoras que tenemos que volver a nuestros puestos de trabajo en un contexto más complejo que antes de esto.
Ya decía Edgar Morin que "navegamos en un océano de incertidumbres entre archipiélagos de certezas". Bueno es que tenemos certezas: saber cuál es nuestra labor fundamental. Todo lo demás son las circunstancias de este mundo en permanente cambio. Tendremos que adoptar protocolos, tendremos que tomar medidas de prevención, tendremos que asumir responsabilidades…, como todos los trabajadores y trabajadoras. Ahora bien, que esto no nos haga olvidar cuál es nuestra función. Las que siempre pensamos que la escuela tenía que estar en sintonía con la sociedad, que debíamos educar en valores, que teníamos que atender los aspectos emocionales, que la educación es una corresponsabilidad entre familia y escuela, ahora llegó el momento de demostrarlo. No es que tengamos que hacer tareas añadidas, sino que tocan otras; las que son fruto del momento. Dejar la escuela al margen, sí que sería como vivir en una burbuja.
Así que no quiero escuchar aplausos ni leer columnas de opinión ponderando a los maestros y maestras. Tan sólo quiero sentir el respeto y tener la confianza de las familias y de la sociedad.
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