Esta afirmación de pata de banco encierra la sencilla fórmula de la animación lectora; no sé por que se le da más vueltas, desconozco por qué se hacen cosas tan rebuscadas desde las bibliotecas escolares tratando de inocular el virus de la lectura. La clave no es otra que procurar que la lectura sea un acto placentero. Somos seres hedonistas -hablo en el sentido filosófico-, la búsqueda del placer puede ser fruto de un comportamiento positivo educado, por ello no debe ser visto como algo malo. La industria bien lo sabe, pero desafortunadamente, muchos maestros recomendadores de lectura, no, así se explican los libros que les ponen entre las manos a los pequeños, las horas que escogen para leer o la batería de trabajos que les proponen a posteriori casi como castigo por leer.
Sobre esto hemos hablado mucho en este blog, aunque nos quedaban por decir las asociaciones que se pueden hacer para que ese rato de lectura sea aún más placentero. Cuando hablamos con personas adultas sobre sus momentos de lectura, hay quien menciona el lugar donde lee (bajo un árbol, al lado de una ventana, en su sofá preferido...), otros comentan sobre las parejas de la lectura (un café, un bombón, unas galletas...), otros de las horas de leer (al despertar, por la noche ya en la cama, después de comer...). Nosotros, los/las docentes, no; ponemos a leer a los niños cuándo, cómo y lo qué nosotros consideramos, sin moverse ni distraerse con nada. Por qué nos costará tanto entender que ellos pueden disfrutar o rechazar la lectura al igual que nosotros por las condiciones, por los libros o por los tiempos inadecuados.
Por qué no procuramos que la experiencia lectora se vea enriquecida con un ambiente proclive. Por qué no aprovechamos un día de sol para leer en el campo, o por qué no les dejamos mordisquear un pequeño regalo dulce al tiempo que escuchan un cuento.
Mucho cambiaría el cuento si así lo entendiésemos.
A continuación, recogemos aquí el artículo "El primer peldaño de la animación a la lectura", en el que profundizábamos en ese tema, publicado en el Caderno de Análise A Fondo (124, 13/11/15) de Sermos Galicia, coordinado por Francisco Castro, cuyo título era
"Dos contos á lus do candil á cultura da imaxe", en el que exponíamos nuestra visión junto a Antonio G. Teijeiro, Concha Costas y Jacobo Fernández Serrano.
Cada vez que comienzo con un nuevo grupo de alumnado persigo sin tregua ese momento mágico que se crea cuando logro que veinticinco niñas y niñas de tres años estén engañados escuchando un cuento. Hay quien piensa que esto es algo sencillo ya que a todos los críos les gustan los cuentos. Puede ser, mas no es lo mismo. Una cosa es que atiendan y otra bien distinta es enredarlos en el hilo de la historia y llevarlos prendidos hasta el desenlace. A veces incluso me siento como la bruja de la casita de chocolate tratando de conquistar a Hansel y Gretel para encerrarlos y luego engordarlos bien antes de paparlos.
Así cuando me preguntan cómo hacer animación a la lectura en infantil, siempre contesto lo mismo: leyendo mucho, leyendo bien y leyendo a menudo. Leer, leer y leer. Ese es el secreto o fórmula mágica para hacer lectores. Hay otras muchas estrategias, ora bien, nunca debemos olvidar que los medios no pueden solapar el fin. Cuando reflexiono sobre los ralos éxitos de todos los esfuerzos que se están haciendo desde bibliotecas, escuelas y otras instituciones para el fomento de la lectura, hay veces que pienso que, a lo mejor, lo que falla es que a pesar de que se hacen grandes exposiciones y campañas sobre el libro, presentaciones, juegos de papel, ginkanas o encuentros con autores, se lee poco en las aulas, en las casas y en los espacios públicos. Esta afirmación, a más de uno puede que le parezca desatinada, pero hace falta poner sobre la mesa y dilucidar lo que pretende cada uno de los implicados: vender libros, tener público, mostrar resultados o hacer lectores. Más de las veces nos quedamos en la monda y no llegamos al corazón.
Leer es un proceso personal y colectivo que tiene muchos implicados. Yo en este caso estoy hablando como docente, pero no me olvido de que ante todo soy lectora, soy mediadora de lectura, soy incitadora de lecturas, soy compradora de libros y soy ciudadana. A continuación, iré explicando lo que le pido a cada quien.
Cuando decía al inicio que quería enganchar con un cuento lo antes posible a mi alumnado es porque soy de las que pienso que leer es un placer cuando es placentero. Esto puede parecer de pata de banco, pero no tanto. Leer es muchas cosas, se hace con múltiples finalidades, he ahí las distintas funcionalidades de la lengua escrita, sin embargo con críos que no son capaces de leer por sí mismos, lo que tenemos que mostrarles es que leer es un acto especial. Leerle a niños y niñas no puede ser una mera rutina, ni un hueco en la programación escolar o tan sólo la motivación de una secuencia didáctica. El momento del cuento tiene que ser especialmente delicioso, deseado por ellos, de modo que anhelen que la maestra coja un libro entre las manos. Por ello, condición básica es que los y las educadoras seamos personas apasionadas por la lectura. Si no es así, se nos nota la farsa. De vez en cuando, circula por las redes sociales la afirmación de Emilia Ferreiro, sobre que si los maestros no leen no pueden transmitir el placer por leer, y continúa esta reputada investigadora argentina, diciendo que, desgraciadamente, los maestros no leen. Lo sabemos, no nos engañemos. Hay maestros que se aburren y que aburren leyendo. A menudo me pregunto por qué en los planes de estudios de los futuros maestros no se incluye enseñar a contar historias. Sé que hay materias sobre la literatura infantil con una visión histórica y didáctica, pero se imaginan lo que cambiaría el cuento si las facultades de educación se llenaran de contadores que tuviesen que conseguir que la gente los escuchasen o si en las oposiciones -entre otras cosas- se le pidiese a los futuros docentes que conquistaran al tribunal con la lectura de un relato o fragmento de un libro. Cuando me dicen lo que hacen algunos maestros en la "Hora de leer" de los centros de primaria, siempre me acuerdo de aquel profesor de Daniel Pennac en "Como una novela" que abría su cartera y sacaba libros de los que le daba bocados a sus alumnos para abrirles el apetito lector. Dirán que es difícil, bien, pues vayamos a lo más fácil y factible: cuando menos pongamos como condición –lógica- a los integrantes de los equipos de dinamización de la biblioteca escolar que sean lectores. Así, a lo mejor, las compras, selección, consejos de lectura y actividades de fomento responderían a un criterio literario que vaya más allá de modas, de novedades, de temas del momento o de fechas en el calendario.
La siguiente pregunta que me harán será sobre consejos de lectura para animar a leer. Ahí viene lo verdaderamente difícil, porque así como cualquier lector o maestro tiene un fondo de biblioteca que siempre funciona, queda una buena porción de libros que debemos escoger una vez conocemos al lector o lectora. He aquí la verdadera interacción entre el mediador/a de lectura y el lector, y la importancia de que el "experto" sea un gran lector. Lo peor que se le puede hacer a un lector en proceso es darle libros que no lo enganchan. Pero esto no sólo es responsabilidad del recomendador, aquí entra también la de los editores. Me quejaba días atrás a mi librero de cabecera de la frustración que había sentido porque comprara unas novelas destacadas en webs especializadas, en los medios y en los escaparates de las librerías, pero que no había sido capaz de acabar de leerlas. Él me decía que en los últimos tiempos se estaba notando la desaparición del oficio de editor en pro del economista editorial. Bien, pues piensen también señores editores de lo que se dice de pan para hoy y hambre para mañana, del daño que se hace defraudando a un lector.
En cuanto a los formatos de la lectura, sé de las indicaciones de la IFLA, a pesar de todo, hace poco me sentí reconfortada cuando leí a Roberto Casati, afirmando en "Elogio del papel" que la verdadera lectura en profundidad debe hacerse en formato libro, y que en las escuelas hay que volver a la lectura en voz alta. No somos unos nostálgicos, tan sólo piensen en el objetivo que pretendemos, no en otros, también importantes, pero en este caso secundarios. En infantil, un "cuento de boca", como dicen ellos, no tiene comparación con otras modalidades más visuales, acaso más interactivas –imposible-, o más tecnológicas. Sospecho que en las otras edades sucede lo mismo, pero así como nos echamos a reír cuando le preguntamos a una persona adulta si leyó un libro y nos dice que no pero que vio la película, parece que la fascinación por los aparatos nos aturdió la mirada.
En este balance que estamos haciendo sobre la animación a la lectura, no podría olvidar el papel de las familias. Cuando un pequeño me dice que su padre o madre le lee un cuento en la cama, ni siquiera me preocupo por sus sus escasos atributos literarios –frecuentemente de personajes o series televisivas-, porque para mí, el vínculo afectivo que se establece con la lectura de por medio, está por encima de su ínfima calidad. Un niño o una niña que asocia un cuento a un momento de placer, de calor, de ternura o de alegría, tiene muchas probabilidades de seguir buscando eso en los libros el día que sea capaz de leer sólo.
Hoy en día cuando se publican más libros infantiles que nunca, lograr que los pequeños lean es más difícil que nunca, porque no sólo se trata de engancharlos a leer sino de luchar contra todos los adversarios que le surgieron a la lectura, por ello, el papel de las bibliotecas, de las industrias culturales y de los medios comunicación, de la ciudadanía en general es crucial, pero puede ser que no estén dándolo todo por la lectura. En cualquiera caso, yo desde mi aula seguiré cautivando a los pequeños. A mí de pequeña me engañaron los cuentos de nuestra tía Victoria; que nos repetía siempre los mismos –no más de tres o cuatro-, con ellos curaba, consolaba, nos acariciaba y nos adormilaba. Hoy en día, sigue haciendo lo mismo con sus sobrinos nietos, y por ahora aún le va ganando la partida a "Pocoyó".
Se cerraba este cuaderno con esta doble aseveración borgiana: 1ª que el paraíso, de existir, debe ser una biblioteca; 2ª que leer es una de las formas de la felicidad. Para Francisco Castro de atender ese mensaje "igual seríamos más felices".
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