Hace unos días asistimos a la charla
"La necesidad de la naturalización del entorno escolar", del escritor y comunicador ambiental Antonio Sandoval, encuadrada en la XVII Campaña municipal de animación a la lectura del ayuntamiento de Santiago. Fue un auténtico placer escuchar el motivo por el que escribió el libro "
El árbol de la escuela", publicado en Kalandraka con las ilustraciones de Emilio Urberuaga, y así arrancó su alegato a favor de la naturalización de los centros, instándonos incluso a la "desobediencia civil" (parafraseando a
Thoureau), ya que somos los docentes los que tenemos que tomar la iniciativa de que por encima de las normativas constructivas, de los reglamentos de los centros y de las demandas de seguridad y de limpieza de las familias, está el bienestar físico y psicológico de los niños, que precisan sin más dilación de la
vitamina N (naturaleza), de la que habla
Richard Louv, pues todos adolecen del trastorno por su déficit. Nos dio sobradas razones para convencernos de que de seguir como hasta ahora, la salud de los pequeños se verá resentida en el futuro, con tal motivo fue desgranando todos los acuerdos firmados en esa linea por destacadas organizaciones internacionales.
Como siempre, el problema radica en que los que allí estábamos no necesitábamos de que nos convenciese, en cambio, hay muchos docentes que no quieren saber nada de meter la naturaleza en las aulas ni de llevar las aulas a la naturaleza; comodidad, falta de tiempo, responsabilidades, etc., son los argumentos que esgrimen avalándose en la legislación vigente y en los reglamentos de los centros educativos que vienen a darles la razón. Por ello, entonces no queda más que convertirnos en activistas de la renaturalización de las escuelas.
A decir verdad, ya somos muchos y muchas las que estamos convencidas de dar este giro hacia lo verde; ya se están viendo iniciativas como la de las escuelas bosque, la naturalización de patios, escuelas que desarrollan gran número de actividades en el exterior, etc., son pequeños pasos, que acabarán configurando una tendencia de la que se harán eco los medios de comunicación con la consiguiente aceptación social. Ya se ven brotes verdes.
A nosotrss lo que nos preocupa son todos los sucedáneos que pueden salir de esa línea, todos ellos deliberadamente impuestos por el mercado, el negocio de las actividades de los niños en la naturaleza, la perversión de la idea genuina en pro del beneficio económico. Llegado este momento del curso en el que todos hacemos salidas didácticas con los chiquillos, hay ya un nicho emergente en el que podríamos agrupar a todos aquellos que en una sesión de mañana o tarde nos ofrecen una experiencia "inolvidable" en la que a modo de time lapse los niños pueden sembrar, ver brotar, cosechar y procesar (pan, leche, vino, miel) en tan sólo un minutos, o por un no módico precio montar a caballo, darle de mamar a un cordero, incubar huevos y ver como nacen los pollitos de los huevos que ellos recogieron en el gallinero. Todo ello respetando los controles de seguridad sanitaria, alimentaria y animal o vegetal y acompañado por las explicaciones de personal especializado en cada caso. Es decir, estamos llevando a los pequeños a parques temáticos de la naturaleza, donde esta se nos presenta aislada, envasada y esterilizada.
Paradojas de la educación, para enseñar lo natural recurrimos a lo artificial. Para hacer eso, casi mejor ponerles un vídeo en la escuela. Sabemos con certeza que los niños volverán contentos, algunos incluso verán lo que nunca vieron, pero no es eso lo que debemos pretender o mejor dicho no es así como lograremos poner a la infancia en contacto con la naturaleza.
Si a decir verdad queremos renaturalizar la vida de los pequeños hay dos condiciones que no deberíamos perder de vista:
-La naturaleza hay que normalizarla, en mayor o menor medida, tiene que estar presente en la vida cotidiana, en el día a día de cada niño y niña. No se trata de hacer una sofisticada experiencia anual sino más bien de una pentasensorial vivencia diaria. Siempre será mejor poder cuidar de unas plantas que sembraron en unas macetas preparadas por ellos y de las que llevaron cuenta de los días hasta que las vieron brotar, crecer y fructificar, que una espectacular visita, aunque sea a la huerta de permacultura de Gulliver o a los nuevos jardines colgantes de Babilonia.
-El componente afectivo no es desdeñable; al igual que sucede con la animación a la lectura, con la educación en valores, con la educación en general, enseñamos más con el ejemplo que con las lecciones magistrales, y nosotros, los docentes tenemos que ser los mediadores entre la vivencia con la naturaleza y los pequeños. No necesitamos los circunloquios de los expertos en plantas, en jardinería, en agricultura o en ganadería, precisamos mostrar el placer que nos produce el contacto con el medio natural; si somos capaces de transmitirles eso ya podemos dar por bien hecha nuestra labor. Sobresaturamos de didactismo lo que tiene que entrarnos por el simple disfrute.
Es mucho más sencillo y mucho más barato de lo que puede parecer, la pregunta que nos asalta siempre es, y entonces ¿por qué no lo hacemos? ¿En verdad creemos que realizamos algo significativo por la naturaleza, celebrando un día dedicado a la madre Terra, al medio ambiente, al agua o a los bosques?
Las salidas hay que desarrollarlas en espacios naturales-naturales, me valgo de la redundancia para diferenciarlos de otros de carácter educativo-lúdico-artificial, de los que sin descartar el valor de sus actuaciones no pueden ser substitutivos o usurpar el lugar que le corresponde de por sí al entorno natural tal y como lo podemos encontrar sin ir a un espacio creado ad hoc. Ir a la naturaleza no puede ser ir a una aula más, tiene que ser una vivencia que a veces ni requiere de explicaciones, tan sólo de la admiración y de la recreación, precisando para ello de la calma y del sosiego.
Mientras no entendamos esto la naturalización de las escuelas puede ser una cuestión decorativa o una experiencia lúdica anual, pero no conseguiremos los objetivos de mejorar las condiciones de vida y salud de los niños ni de que "termen" (custodien) el paisaje", como bien decía Marilar Aleixandre
en su discurso de ingreso en la RAG, en el sentido de cuidarla, mirar por ella y sustentarla.
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