viernes, 2 de noviembre de 2018

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OTRA∃DUCACION


Posted: 23 Oct 2018 09:38 AM PDT



Una escuela comunitaria ubicada al lado del mar, en una humilde comunidad de pescadores en la costa ecuatoriana, fue una de las seleccionadas en el Concurso Escuelas del Siglo XXI en América Latina y el Caribe organizado por el BID en 2018. 170 escuelas se presentaron, 4 resultaron ganadoras y 62 recibieron un reconocimiento. El concurso buscaba "experiencias ejemplares de innovación en infraestructura escolar en ALC, con alto nivel de innovación en: condiciones de confort, sustentabilidad ambiental, integración con la comunidad, métodos de construcción, inclusión de personas con discapacidad, acceso a tecnologías de información y comunicación, seguridad y protección, mecanismos alternos de financiamiento, y diseño creativo".

Los habitantes de Puerto Cabuyal, en la provincia de Manabí, viven de la pesca y la agricultura. Hasta 2016 no tuvieron luz eléctrica. No hay teléfonos ni computadoras. Nunca lograron que el estado les pusiera una escuela. Pero desde 2009 niños y adolescentes estudian en una escuela arquitectónica y pedagógicamente de avanzada, que envidiarían muchos niños y niñas en escuelas particulares de la ciudad. Haber elegido a esta escuela entre las 62 merecedoras de reconocimiento en la región habla muy bien del jurado de este concurso.

Para conocer la historia, el quehacer y la singularidad de esta escuela hay que ver el video Esperanzas: Felipe y la escuela de Puerto Cabuyal (23 minutos).


En la comunidad de Puerto Cabuyal viven 30 familias, 150 personas. Una comunidad aislada, solitaria en un radio de 30 ó 40 kilómetros. No tiene un buen camino. Cuando llueve, es difícil entrar.

No tienen agua potable, deben comprarla en bidones. La luz eléctrica llegó hace poco. Después del terremoto de abril de 2016 recolectaron fondos para un proyecto del agua.

Un año después de que Felipe se instalara en Puerto Cabuyal, las familias le pidieron que les ayudara creando una escuela. Así surgió en 2009 la primera escuelita, una cabaña de 3 x 4 a la que empezaron asistiendo 9 niños.

Hoy la escuela es un campus con tres construcciones: Nueva Esperanza (niños de 7 a 12 años), Esperanza_dos (adolescentes) y Ultima Esperanza (niños pequeños, de 1 a 6 años). El complejo cuenta con ágora, biblioteca, cocina, vivienda para profesores invitados, y varios espacios multifuncionales de encuentro, juego y aprendizaje.

La escuela es gratuita. Ofrece educación inicial, básica y bachillerato, y tiene capacidad para 30 alumnos.

El diseño es obra de Al Borde, un estudio de arquitectos jóvenes, amigos de Felipe, creado en 2007 en Quito. La construcción es obra de la comunidad, con la dirección de los arquitectos. En la Ultima Esperanza se dio un salto: la propia comunidad hizo el diseño. Antes se implementaron talleres para enseñar arquitectura a la comunidad.

Los materiales son caña, madera y paja; las técnicas de construcción las que usan las familias para hacer sus casas.

Nueva Esperanza fue construida en 2009. Costó USD 200, más la mano de obra. Se le dio la forma de un barco. "El fundamento era que los niños entran ahí a viajar, a explorar el mundo", dice Felipe.

Esperanza_dos se construyó en 2011 y las Nuevas Esperanzas en 2013. USD 700 costó esta última construcción, más el aporte en material y en trabajo de la comunidad y de voluntarios.

La comunidad nunca había tenido escuela. Hicieron gestiones con el Ministerio de Educación, pero fue en vano. Un conflicto no resuelto de tierras terminó siendo argumento más fuerte que la necesidad de la escuela. Este video lo explica: El conflicto por la tierra en Ecuador. La lucha de Puerto Cabuyal.

Finalmente, después de mucho bregar, lograron al menos reconocimiento oficial. Los alumnos ya pueden obtener un certificado de estudios.

Financiamiento y gestión privada dice la ficha del BID. Resulta que la normativa del Ecuador (Ley Orgánica de Educación Intercultural, Art. 53) contempla cuatro tipos de escuelas: públicas, municipales, fiscomisionales y particulares. No existe la categoría comunitarias. Así pues, la comunidad de Puerto Cabuyal optó por particular. Absurdos de normativas rígidas, burocráticas, negadoras de diversidades y realidades.

La escuela funciona con el apoyo de toda la comunidad. El "profe" Felipe no gana sueldo; vive de su propio negocio de venta de miel de abejas. Los padres de familia han asumido las construcciones y diversas formas de acompañamiento en la escuela. Las madres preparan la colada que se da a los niños cada mañana.

Los más pequeños son atendidos por las madres de familia y por los adolescentes. Dos madres van todos los días a ayudar en la escuela: una a la Ultima Esperanza y otra a Nueva Esperanza.

Los adolescentes tienen su propio programa de estudio y aprendizaje, basado principalmente en proyectos vinculados a la familia y a la comunidad.  Se procura que haya siempre al menos una salida, a fin de aprender en contacto con la naturaleza y con el medio.

El papel de los acompañantes es sobre todo observar a los niños y aprender de ellos, para revertirlo luego en el trabajo con ellos.

El día empieza con una rueda de todos. Aquí se acuerdan y comunican las actividades que se desarrollarán durante el día. Todos llevan un diario en el que anotan lo que hacen en la escuela.

Felipe empezó a enseñar sin tener capacitación específica ni experiencia (es artista, hace teatro y música). Empezó actuando el rol del maestro convencional que dicta clase; él y los niños se aburrieron y se frustraron. Decidió entonces explorar otras pedagogías.

Lo que ha terminado aprendiendo y desarrollando es una pedagogía activa en la que los protagonistas son los niños; aprender haciendo, explorando, experimentando, en libertad y con mucha autonomía. Al explicar lo que hace no cita autores; describe cómo y por qué lo hace.

La noticia de Nueva Esperanza y luego de Las Esperanzas empezó a regarse y a concitar la curiosidad y el interés de visitantes locales y extranjeros. La gente de la comunidad se sintió orgullosa y halagada. La escuela ha ayudado a fortalecer la unidad y la organización de las familias y de la comunidad.

La Secretaría del Buen Vivir se interesó e hizo un video de la experiencia en 2014. Entretanto, en otras partes del país el gobierno intervenía y cerraba otras escuelas comunitarias innovadoras, como Inka Samana, en territorio salasaca, al sur del Ecuador. 

Qué bueno que las Tres Esperanzas existen y persisten. Necesitamos cuidarlas porque son musa que inspira a una auténtica innovación en educación, desde lo propio, desde lo local y desde abajo, no solo en este país sino mucho más allá.

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